18 marzo 2014

Morocco, episodio 8



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A ver quién era el chulo que se atrevía con el tarro de mermelada que se nos había olvidado tapar la noche anterior. Aquello parecía un bote de melocotón en almíbar, pues estaba lleno de avispas recogiendo todo el azúcar que podían y con cara de pocos amigos.

Al final conseguimos deshacernos del tarro y nos pusimos a desayunar. Un poco de zumo con tostadas y galletas y a recoger las cosas. Nos íbamos a Taghazout para ver si podíamos surfear. El mar estaba subiendo después del vendaval que tuvimos la noche anterior. Nahum y Laura se vinieron con nosotros.

De camino paramos en la playa de Tamri para ver si podíamos surfear algo.

Para nuestra sorpresa nos volvimos a encontrar con Lars junto con unos colegas suyos. Aparcamos el coche y tuvimos movida con un chaval de 14 años más o menos que iba de gorrilla. Nos pedía el tío 20 dirhams por aparcar, ¡si hombre! le mandamos a la mierda, el chaval iba algo subidito de tono, además no teníamos monedas para darle. Pillaron algo de hash a un tío de la playa, cambiamos el billete y nos metimos al agua a surfear.

Estuvimos surfeando apenas una hora con un mar mutante y de poca calidad pero algún que otro bajadón chulo. Así que nada, nos cambiamos y al final pagamos algo al chaval de antes, después de convencerle de que la gente de Alicante mola mucho. Le sacamos una sonrisa y nos fuimos a Taghazout.

Al llegar al pueblo nos encontramos con Mohamed y le volvimos a pedir la casa después de que Nahum y Laura se quedaran maravillados. Nos pidió 50 dirhams por persona, dejamos las cosas y bajamos a comprar algo de comida junto con la botella de un litro de Tropical, ¡que no falte!

Nos pegamos una siestecita y bajamos al pueblo a marear un poco. Estuve tocando la guitarra con un tío que había en la calle después de tomarnos algo en un bar que había por la zona. Eran los últimos días así que buscábamos algún recuerdo de aquel pueblo que tanto nos había marcado. Unas pulseritas y una sudadera de Anka Point me compré.

Al rato vimos una pelea de Marcus con un tipo bastante peligroso, pero al final no pasó nada serio. Al parecer le debía dinero y no era el primer aviso que le daba.

Se hizo de noche y nos fuimos a casa de Abdul y Marcus para cenar. Mientras, Carlos y yo nos fuimos en busca de un video de surf para después de la cena. Preguntamos en una tienda de surf donde trabajaba un amigo de Abdul, pero el tío nos quería cobrar 50 dirhams por un video que había hecho él mismo junto con sus colegas bugueros, no había nada de surfing, así que suerte amigo dírham, otra vez será.

Preguntamos en el video club, pero no tenían nada de surf. Para nuestra suerte, en el restaurante al que íbamos siempre, el camarero nos alquiló un video donde salía Marruecos, Egipto, Cuba... Súper emocionados le alquilamos el DVD y nos fuimos corriendo a ponerlo. Cenamos tajine de carne picada.

Tardamos una media hora en conseguir que funcionase, pues el DVD estaba hecho un cristo de tanto uso, pero bueno. Cuando conseguimos ponerlo, aparece el título y … era el Sipping Jetstream, el video de los videos, que habíamos visto tropecientas mil veces, gracias Carlos.

Cuando llegamos a casa vemos que Nahum y Laura alquilaron un par de tablones para el día siguiente por 10 y 15 dirhams.

Esta noche fue un poco de descontrol mental. Estábamos extasiados por ver que estábamos en Marruecos, surfeando en playas que siempre habíamos soñado, conociendo a gente muy curiosa y llenos de anécdotas que no acabábamos de creer. Carlos, Pablo y yo nos fuimos a dormir en el salón y a filosofar sobre el viaje, con la luz apagada y la muchedumbre que entraba por la ventana.

Era la hora de la misa del ramadán, como todas los días. Había unas 3 o 4 misas a lo largo del día. Un hombre se metía en la ermita del pueblo y rezaba durante más de media hora a través de un altavoz que se oía por todo el poblado. A Carlos y a mí nos entró la risa floja por el cúmulo de todas estas cosas, pero lo de la ermita se llevaba la palma. Entonces fue cuando todo explotó.

-Eh Carlos, imagínate que ahora me bajo, me meto en la ermita esa, le arrebato el micrófono al hombre que está rezando y suelto un: “Iros todos a la mierdaaaaaauuuuuuuuummmmmm”- Dije yo. El descojone que tuvimos no tenía palabras.

Estuvimos partiéndonos de risa durante unos 20 minutos hasta que Pablo, más serio que un pescao, tumbado en el sofá con las manos postradas sobre el pecho, a lo cadáver en un ataúd, dijo: - Pues yo no le veo la gracia.

Tras un segundo de silencio, Carlos y yo no pudimos contenernos y explotamos de la risa. Llorando a cántaros como locos conseguimos contagiarle algo a Pablo.

Después de una hora conseguimos dormirnos.

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